Mantén tu rostro hacia el sol y no verás la sombra.
- Helen Keller
Una historia típica de héroes comienza con una descripción detallada del «villano». Quiénes son. Qué quieren. El peligro que representan.
Antes de emprender el viaje del héroe, también debes comprender el alcance de lo que estás enfrentando. También es necesario cuestionar tu concepto de lo que es un villano en el contexto del narcisismo. Eso vendrá más adelante.
Por ahora, profundicemos en la mente del narcisista. Su psicología. Sus patrones relacionales. Cómo ven el mundo y lo deforman a su antojo. Por encima de todo, consideraremos tu lugar en este panorama, junto con cómo puedes derrotar a este supuesto villano y trazar tu camino de vuelta a tu yo verdadero.
Parece un buen lugar para empezar.
Un principio fundamental del cristianismo, el islam y el budismo es la «purificación del alma». A través de una conducta ética y prácticas espirituales como el ayuno, la meditación y la oración, se pretende alcanzar un estado de unidad. Los cristianos lo llaman «vida eterna con Dios». Los budistas: «Nirvana». Los musulmanes: «Tawheed».
En un mundo en el que domina la mente y nos bombardean con contenidos de las redes sociales y publicidad, es fácil perder de vista este estado. Por lo tanto, el concepto de purificación religiosa es útil, ya que conceptualiza el núcleo de nuestra humanidad a través de un proceso de deducción. Al liberarnos de las emociones negativas, los patrones de pensamiento, los comportamientos y otras influencias «pecaminosas», aspiramos a llegar a la esencia de nuestro yo verdadero.
El yo verdadero, inefable, no tiene forma. Sin embargo, en él se encuentra la semilla de quiénes somos realmente y de quiénes podemos ser. Nuestra personalidad, nuestras fortalezas, nuestras debilidades, nuestro linaje ancestral, nuestro propio destino están escritos en el yo verdadero, si permanece sin obstáculos.
La religión sostiene que solo a través de una alineación constante con Dios podemos crecer hasta alcanzar nuestra máxima expresión. La religión también sostiene que hay muchas fuerzas en juego en el mundo que se interponen en nuestro camino, muchas de las cuales provienen de nuestro interior.
El yo verdadero es divino en su misión. Al igual que el sol, su objetivo es brillar intensamente y participar en el juego de la creación. Sin embargo, al igual que el sol, la luz del yo verdadero proyecta una sombra.
Si el yo verdadero es una estrella que brilla siempre y se expande constantemente, los demás aspectos de la psique pueden verse como su sistema solar. El yo verdadero se encuentra en el centro, fotosintetizando y alimentando nuestro desarrollo. Lo que impulsa este universo hacia su manifestación en el mundo es lo que Sigmund Freud llamó el ello.
El ello es la búsqueda del placer y la evitación del dolor por parte del yo verdadero, impulsado por impulsos, deseos y necesidades. Nuestra necesidad de ser amados y vistos, nuestro deseo sexual, nuestro impulso por evitar el abandono, todos estos impulsos y muchos más se encuentran en el corazón del ello.
El ello se alimenta de lo que Freud denominó instinto de vida, que opera según el principio del placer. Cuando tienes hambre, comes. Cuando tienes sed, bebes. Cuando quieres atención, la exiges. Si te gusta algo, lo tomas.
Pero eso no es todo. Si algo nos resulta incómodo, el principio del placer nos dicta que lo evitemos. Cuando alguien nos molesta, nos enfadamos y lo rechazamos. De esta manera, el ello nos aleja de lo que Freud denominó instinto de muerte.
El instinto de vida nos impulsa a sobrevivir, a buscar el placer, a amar y cuidar a los demás, a cooperar, a reproducirnos y a realizarnos. El instinto de muerte, en comparación, tiene una atracción magnética hacia un estado desolador que el instinto de vida debe superar. Todos lo experimentamos cuando nos cuesta levantarnos de la cama, nos vemos atrapados en pensamientos negativos, procrastinamos o caemos en la apatía y la depresión. Detrás de estos actos inhibidores de autosabotaje se encuentra el instinto de muerte, que trabaja continuamente para devolver la vida a su estado original e inorgánico.
Sin embargo, mientras se satisfagan nuestras necesidades básicas de alimento, refugio y conexión, y mientras tengamos un propósito y un significado en nuestras vidas, el instinto de vida puede prosperar, a pesar de la atracción del instinto de muerte. Lo que Freud denominó «presión hacia la muerte» se supera entonces y nuestro viaje puede continuar.
Sin embargo, este impulso hacia la vida no puede quedar sin control. Aunque el ello es ciego en su búsqueda de la gratificación, debe seguir lidiando con las consecuencias de sus actos.
Nuestras pulsiones pueden chocar con las de los demás, y nuestro entorno no siempre se adapta a nosotros. Para conseguir lo que queremos, a veces tenemos que resistir nuestros impulsos. En lugar de ello, es posible que primero tengamos que analizar, predecir y comprender el mundo que nos rodea para saber cómo satisfacer nuestras pulsiones de forma segura, lo cual es una tarea de la mente. Con cada experiencia, acabamos formando un mapa en nuestro cerebro sobre la mejor manera de navegar por nuestro entorno.
A medida que avanzamos por el mundo, empezamos a notar diferencias entre nosotros y los demás. Algunas personas parecen seguras, otras más vacilantes y retraídas. Algunas son más poderosas, otras más sumisas. Además, la forma en que las personas nos tratan parece cambiar en función de cómo actuamos o dejamos de actuar. Al reprimir ciertos impulsos, notamos que recibimos un mejor trato. Otros instintos, por el contrario, son bienvenidos. Con el tiempo, se forma en nuestra mente un concepto de lo complaciente que es el mundo y de quiénes somos en él. Esta idea de quiénes somos y, sobre todo, de quiénes podríamos ser, es nuestro ego.
El ego es una construcción que utiliza la mente para negociar e interactuar con el mundo en nuestro nombre. Determina cómo podemos comportarnos en el mundo, no solo cómo queremos hacerlo. Con el tiempo, este concepto de nuestras capacidades evoluciona en función de los mensajes que recibimos de quienes nos rodean. Si se nos celebra, ama y anima constantemente, nuestro ego cree que somos inherentemente buenos y dignos de amor, así como capaces de crecer. Sin embargo, si se nos descuida, ridiculiza o abandona, nos vemos a nosotros mismos como inherentemente malos y aprendemos a reprimir quiénes somos.
Empezando por nuestros padres, habrá un conjunto específico de impulsos que el mundo considera inaceptables. En algunas familias no se permite llorar, protestar o enfadarse. La curiosidad y la emoción pueden ser aplastadas por un padre intolerante. Esto crea una enorme tensión entre el yo verdadero, que quiere expandirse enérgicamente, y el ego, al que se le ha enseñado a considerar ese instinto como «incorrecto». Si nuestros impulsos chocan lo suficiente con el mundo, la tensión se vuelve insoportable. Para hacerles frente, rechazamos estos impulsos de plano y los consideramos malos. Sin embargo, no desaparecen. Permanecen dentro de nosotros, en un área del yo que Carl Jung llamó la sombra.
La sombra contiene los impulsos, los deseos, los rasgos y las necesidades que no pudimos satisfacer o expresar. Debido a que fueron rechazados por nuestro mundo, y debido a que su rechazo fue tan doloroso, disociamos y empujamos estas partes a lo más profundo de nuestro interior, y las «olvidamos». En el conflicto entre obtener la aprobación o ser auténticos, sacrificamos partes fundamentales de nosotros mismos para ser aceptados. A medida que crecíamos, desarrollamos amnesia para asegurarnos de no tener que enfrentarnos nunca a estas partes «defectuosas», sin ser conscientes de que el pasado acabaría volviendo para atormentarnos.
Entre un ego rígido y una sombra inflada existe una tensión insoportable. La forma más saludable de liberarse es satisfacer nuestros impulsos cooperando con nuestro entorno. Sin embargo, cuando hemos determinado que esos impulsos son malos, la tensión permanece de forma permanente. Entonces nos vemos obligados a desahogarnos a través de sustancias adictivas, comportamientos compulsivos, exceso de trabajo, atracones o maratones de series, y otras formas de escapismo.
Otra forma poderosa de liberar la tensión de la sombra es a través de lo que Melanie Klein denominó clivaje. La realidad consiste en complejidad y ambivalencia, que una persona sana procesa utilizando la razón y el sentido común. Sin embargo, esto solo es posible cuando el sistema nervioso está en calma y el yo verdadero es libre de expandirse.
Si la tensión en la sombra de una persona aumenta lo suficiente, la capacidad de procesar la realidad se ve comprometida. Esto lleva a la persona a lidiar con el mundo con una polaridad extrema: o alguien o algo es todo-bueno y «increíble», o es todo-malo y amenazante. Si alguien o algo se considera todo-malo, se convierte en la persona objetivo de la ira, el odio y el desprecio de la persona «escindida». Sin embargo, si la persona escindida considera que alguien o algo es todo-bueno, entonces se siente libre de expresar sus impulsos y emociones positivas incondicionalmente.
En el caso de alguien que vive en un entorno represivo, las cosas «buenas» de la vida, como el amor, la felicidad y la conexión, escasean. Expresar emociones negativas es prohibido, mientras que permanecer en una mentalidad «todo-malo» es profundamente incómodo. Para ayudar a lidiar con una realidad tan frustrante, la persona escindida se disocia y recurre a la fantasía, utilizando su imaginación para pintar sobre su mundo doloroso y convertirlo en una versión «todo-bueno».
Mediante la fantasía, podemos adormecer nuestra frustración y crear la ilusión de satisfacer nuestros impulsos. Podemos imaginar a una persona perfecta que nos salvará de nuestra prisión de agonía. Podemos idolatrar a las personas que nos hacen daño y fingir que nos quieren. Podemos soñar despiertos con que nuestras circunstancias cambian mágicamente o visualizar que vamos a otro lugar donde la vida es mejor.
La fantasía también puede alterar el concepto que nuestro ego tiene de nosotros mismos. Si nos rechazan, descuidan y maltratan constantemente, la tensión del dolor resultante nos lleva a compensarlo imaginándonos a nosotros mismos como deseables, valiosos y superiores. Aunque esto puede proporcionar alivio, inevitablemente choca con la realidad. Y, al igual que una droga, cuando la fantasía se agota, necesitamos una dosis más alta para volver a donde estábamos. Además, cuanto más fuerte es la sombra, más poderosa debe ser la fantasía. En casos extremos, cuando se arroja suficiente del yo verdadero a la sombra, este se pierde. La fantasía se convierte entonces en la única «realidad», donde imaginarse a uno mismo como superior se cristaliza en el ego y se convierte en un «yo falso» grandioso y todo-bueno, una construcción separada de la realidad.
Mientras tanto, la sombra acecha, lista para estallar inesperadamente. Surge una Guerra Fría entre la sombra «todo-mala» y el yo falso grandioso «todo-bueno», lista para calentarse en cualquier momento. El terreno se vuelve entonces fértil para que crezca el narcisismo.