Nuestros abuelos tenían que correr, correr y correr. Mi generación está sin aliento. Ya no corremos más.
- Stokely Carmichael
En algún momento, nuestra necesidad de un poder superior fue secuestrada sin que nos diéramos cuenta. Nos pasa a todos. Las celebridades, las estrellas del deporte, los influencers, los políticos, incluso los «chicos guays» nos robaban la atención en el colegio. Lo que todos ellos tienen en común es la promesa de llevarnos a un estado superior, de elevarnos hacia el reino divino y permitirnos codearnos con los dioses. Este impulso innegable que tenemos es el pan de cada día de los narcisistas. Reconocen y explotan nuestros deseos más profundos para obtener suministro narcisista.
El poder no es necesariamente malo. El mundo se basa en él. Es la punta de lanza que penetra en la vida. Intentar derribar a los que se elevan por encima de nosotros es inútil; otros se levantarán para sustituirlos. Todos necesitamos expandirnos, realizar y cumplir nuestro potencial. Los poderes superiores son el modelo para ello.
Es crucial contar con líderes influyentes que nos inicien en el mundo. En lugar de luchar ciegamente contra el poder, debemos cuestionar a quién entregamos nuestro amor y qué hacen esas personas con él. ¿Estamos repitiendo ciegamente los patrones de adoración de nuestra infancia? ¿Con quién o qué nos relacionamos exactamente en nuestras relaciones? ¿Estamos cambiando nuestro amor por migajas, por la promesa de la salvación? ¿Sentimos que nos falta...
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