Cuarta etapa: Recuperar la seguridad

El pánico es un abandono repentino de nosotros mismos y una huida hacia el enemigo de nuestra imaginación.

- Christian Nestell Bovee

Para muchos de nosotros, la seguridad es un unicornio esquivo que brinca en la distancia, desafiándonos a atraparlo. De vez en cuando lo vislumbramos. En los brazos de un amante, por ejemplo, o como un repentino estallido de confianza en nosotros mismos. Sin embargo, cuando estamos a punto de alcanzarlo, la realidad asoma la cabeza, trayendo consigo la angustia existencial y destrozando la idea de que estamos «bien».

Todos sabemos lo que se siente al estar seguros, incluso las personas más traumatizadas. Solo requiere el simple acto de «desconectarse» y dejarse llevar a otro estado mental. Si uno se disocia lo suficiente en la fantasía, entonces la ansiedad, la incertidumbre y el espectro de la muerte pueden quedar atrás. Los opioides y las drogas recreativas también pueden tener este efecto. Lo mismo ocurre con la arrogancia, con un orgullo exagerado que da a la persona una sensación de invulnerabilidad. Experiencias como estas no son seguridad en sí mismas, sino una forma psicológica de esconder la cabeza bajo el ala. Sin embargo, aunque no sean reales, sí que se hacen eco de ello. Al comprender la seguridad, los estados alternativos de conciencia pueden actuar como vídeos o fotografías que apuntan hacia el artículo genuino.

Lo que comparten la disociación, la fantasía y los estados inducidos por drogas es una pérdida de tiempo y forma. Aquí el ego afloja su control y entramos en un lugar similar al útero. Dónde tienes que estar, cuándo tienes que estar allí, qué responsabilidades tienes o cuándo llegará el mañana se vuelven irrelevantes. Sin embargo, a diferencia de los estados ilusori...