Encuentra un lugar dentro de ti donde haya alegría, y la alegría quemará el dolor.
- Joseph Campbell
Aquellos que se encuentran en un estado mental escindido anhelan a esa persona especial que pueda sacarlos de la desesperación y amarlos incondicionalmente. Se supone que esta persona «divina» mejorará nuestra vida, calmará nuestros miedos y nos completará. Este arquetipo es el ideal que nos inspira a alcanzar un amor superior. Nos infunde esperanza, hasta que maduramos y nos damos cuenta de que nadie puede ser tan perfecto. Los seres humanos, por magníficos que sean, no pueden ser dioses.
Aunque la entidad divina nunca desaparece de nuestra psique, intoxica a aquellos que no han resuelto suficientemente su clivaje. Mientras este hambre ambigua nos controle, el narcisista tendrá un flujo constante de suministro narcisista, capaz de deslumbrarnos y hacer que bajemos nuestras defensas. Además, el amor sigue siendo una «cosa» que hay que capturar, en lugar de un agente de crecimiento. Perseguirlo de esta manera desperdicia nuestra vitalidad en una búsqueda sisífica de querer pero nunca conseguir. Al retirar nuestra energía de este sueño imposible, podemos a) canalizarla hacia la realización del yo, y b) dirigirla hacia relaciones imperfectas pero auténticas basadas en la reciprocidad y el crecimiento.
Cuando amamos a alguien, el miedo a perderlo puede llevarnos a fantasear con que permanezca en nuestras vidas para siempre. Aquí, el ego intenta «congelar» a nuestro ser querido en un lugar como forma de seguridad. Por eso nos duele el corazón...
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