La gloria, construida sobre principios egoístas, es vergüenza y culpa.
- William Cowper
La humanidad está en constante crecimiento y mejora. Nos estamos volviendo cada vez más innovadores y conscientes de nosotros mismos. Los récords mundiales olímpicos se superan una y otra vez. La tecnología y la asistencia sanitaria han mejorado nuestra calidad de vida de forma inconmensurable. La música y el arte están evolucionando de formas emocionantes y hermosas. Descubrimos más cosas sobre la mente, el universo y nosotros mismos. Cada día surgen nuevos métodos terapéuticos que nos ayudan a sanar mejor.
En nuestro interior existe un poder que anhela expandirse y mejorar. Esta fuerza nos muestra imágenes de ser más grandes y mejores de lo que somos actualmente. No está ahí por casualidad — la vida tiene un plan. Quiere evolucionar. Por esta razón, nacemos con una grandeza inherente. La grandeza es un sentimiento interior de excepcionalidad que nos impulsa tanto a crear y a convertirnos en algo más de lo que somos. La grandeza es profundamente personal y espiritual. Nos dice que somos capaces de cualquier cosa. Es una fuerza ascendente e infinita. Es nuestra creatividad innata y nuestra conexión con el reino divino.
Relacionado con esto está la grandiosidad, que es la grandeza de una persona en comparación con la de otra. Se basa en el ego. Nos empuja a querer ser más grandes y mejores que los demás. Nos enfrenta unos contra otros. Quien haya recibido un primer premio o haya obtenido algo gratis mientras los demás pagaban, sabe lo satisfactoria que resulta la grandiosidad. Supone elevarse por encima de la multitud y más allá del estándar habitual. Se trata de lograr más y ser más que los demás.
La vida también quiere que coexistamos. Si no se controla, la grandiosidad puede ser algo feo. Si todos siguiéramos ciegamente nuestros instintos grandiosos, podríamos destruirnos a nosotros mismos y a los demás en nuestro intento por llegar a la cima. Hombres como Adolf Hitler y Pablo Escobar tenían una grandiosidad incontrolable. Uno deseaba dominar el mundo y el otro buscaba nada menos que poder y dinero ilimitados. Como resultado, el asesinato en masa se convirtió para ellos en un «daño colateral». La vida no puede tolerar una falta de humanidad tan flagrante; necesita equilibrio. Por suerte, para la mayoría, existe una fuerza opuesta que mantiene a raya nuestra grandiosidad: la vergüenza.
La vergüenza es una emoción desagradable. En su forma más leve, se manifiesta como un ligero dolor en el pecho y una pérdida de vigor y energía. En su forma más intensa, te deja físicamente sin fuerzas: la cabeza se te hunde en los hombros, los hombros se te encorvan y el cuerpo se te desploma. Te paraliza emocionalmente: el cerebro se te nubla y se te ralentiza, te cuestionas a ti mismo, te desanimas, reprimes tus sentimientos y opiniones. Reduce tu capacidad mental: te quedas en blanco y no se te ocurre ninguna idea. Te exilia temporalmente del mundo: te sientes sobreexpuesto y tienes una necesidad desesperada de esconderte de los demás. Crea un espacio oscuro, introspectivo y confinado en tu psique por el que nada más puede entrar. Te enfrenta cara a cara contigo mismo, donde puedes ver de cerca todos tus defectos y manchas. Te hace dolorosamente consciente de que eres limitado y no tan divino como a veces te sientes. Es el padre o la madre que te dice «no» y «vete a tu habitación».
Este «tiempo muerto psicológico» existe por tres razones principales:
La vergüenza funciona eficazmente en dos frentes:
Si te marcas metas altas y no las alcanzas, la vergüenza te recordará que aún no has llegado a tu objetivo y que necesitas mejorar. Si tu entorno no tolera tus necesidades, deseos y expresiones del yo, la vergüenza te advertirá de que lo que estás haciendo y quién eres en ese momento supone una amenaza para las personas que valoras.
Está claro que la vergüenza no se limita a ser demasiado presuntuoso. Se trata de estar a la altura de los estándares establecidos por las personas de tu entorno y la sociedad en su conjunto. Imagina a un niño sentado con su familia, que está comiendo chocolate, pero al que le dicen que no puede comer hasta que sea mayor. Todos disfrutan de su delicioso chocolate, saboreando cada bocado y compartiendo opiniones sobre lo que más les gusta.
Ahora imagina al niño sentado allí, observando todo esto, deseando desesperadamente unirse, pero con su padre o su madre diciéndole con severidad que eso no va a suceder. El niño no solo se sentirá reprimido, sino también inferior. La vergüenza se apoderará de él. Experimentará la cruda realidad de desear algo y no poder conseguirlo. Sentirá la agonía de no estar a la altura de las personas a las que aprecia. Es una experiencia muy dolorosa.

Figura 1: La vergüenza se produce cuando tus límites son menores que los de otra persona

Figura 2: También sentirás vergüenza cuando la expresión de tu grandeza no sea aceptada por otra persona
Todo el mundo puede recordar momentos en los que vio que otros estaban mejor que él y, como resultado, comenzó a sentirse inferior. Se estableció un estándar que valoraba y que quería alcanzar.
Por ejemplo, es posible que quieras perder peso. Un día, tu amigo (o amiga) te cuenta muy contento que ha perdido seis kilos en el último mes. En ese momento, empiezas a analizar tu situación con respecto a la pérdida de peso. Tu realidad se reduce y empiezas a pensar en lo que puedes hacer para conseguir lo mismo. Dices algo como: «Sí, pronto me apuntaré al gimnasio. Mi objetivo es perder diez kilos antes de que acabe el año». Tu vergüenza ha entrado en acción.
Cuanto más lo piensas, más te das cuenta de que la vergüenza tiene como objetivo unir a la sociedad. Dependiendo de la situación, la vergüenza te hundirá o te impulsará a crecer y mejorar. No quiere que todo el mundo vaya por ahí creyendo que es de la realeza ni que la gente se quede demasiado atrás. Quiere que el rebaño alcance el equilibrio y la armonía, que se comporte según las normas y que esté a la altura de los estándares establecidos por el resto. Quiere que hagamos lo que hace la mayoría; que actuemos, sintamos y nos comportemos como los demás seres humanos.
La vergüenza se activa de innumerables maneras. Por ejemplo:
| Escenario | Reacción de vergüenza |
|---|---|
| Tus compañeros están socializando juntos y tú estás sentado solo. | «Me siento como un bicho raro sentado solo». |
| Te ríes sin control, hasta que tu madre o tu padre te miran fijamente y te dicen que pares. | Tu entusiasmo disminuye. «Debo comportarme de forma civilizada y respetar que los demás se sientan amenazados/molestos por el alboroto». |
| Un grupo de personas están sentadas juntas riendo, y tú y tus amigos estáis sentados allí en silencio. | «Ellos se están divirtiendo, ¿por qué nosotros no?». |
| Ves un póster de una/un supermodelo y empiezas a compararte con ella/él. | «Yo solo soy una persona normal, mira lo increíble que es ella/él». |
| Un amigo o amiga te cuenta lo bien que lo ha pasado este fin de semana, de fiesta y bebiendo, y luego te pregunta qué has hecho tú, a lo que respondes: «Solo he comido con la familia y he visto la televisión». | Te cuestionas tu vida social. «Mira lo bien que se lo pasan los demás. Mi vida es aburrida». |
| Le cuentas a tu madre con gran entusiasmo tu nuevo ascenso en el trabajo, pero ella no muestra mucho entusiasmo. | Tu entusiasmo y emoción disminuyen notablemente y empiezas a cuestionarte si tu ascenso es realmente tan bueno. |
Sea correcto o incorrecto, la vergüenza nos empuja a adaptarnos. Nos dice que no estamos a la altura y que debemos mejorar o adaptarnos para encajar. Nos dice que hemos ido demasiado lejos y que debemos moderarnos. Nos dice que el poder es limitado y que, si presionamos más, pondremos en peligro el equilibrio. Nos dice que debemos dejar espacio a los demás. Nos enseña que no somos dioses y que vivimos en sociedad. No solo pretende mantener a raya nuestra grandiosidad, sino también mantenernos unidos. Si nuestras necesidades, deseos y expresiones amenazan o nos separan demasiado del grupo, entonces pondremos en peligro nuestro lugar en él. Estamos programados para creer que solo podemos estar en armonía cuando todos están en igualdad de condiciones.
La vergüenza y la grandiosidad tienen en común que requieren de alguien o algo con lo que compararse. El simple hecho de estar solo probablemente no te provocará vergüenza hasta que te compares con un grupo de personas que se divierten juntas. Estar en un escenario no tiene ningún impacto a menos que haya una multitud que te aclame y te adore. Esta similitud entre la grandiosidad y la vergüenza se puede representar mejor en un continuo, como se muestra a continuación:

Figura 3: El continuo vergüenza/grandiosidad. Demasiada vergüenza limita gravemente la fuerza vital de una persona y le hace sentirse menos que humana, mientras que demasiada grandiosidad hace que una persona se sienta más que humana y limita gravemente la fuerza vital de otras personas.
Cuando todas las personas de un grupo son consideradas iguales, se sitúan en el centro del continuo y se sienten perfectamente humanas. Teniendo en cuenta que toda jerarquía social requiere equilibrio, cuanto más grandiosa es una persona, más vergüenza deben experimentar los demás para compensarlo. Cuando la grandiosidad se descontrola, empuja a los demás demasiado hacia la izquierda del continuo. Cuanto más se empuja a una persona hacia la izquierda, más se siente inferior e indigna. Desplazarse demasiado hacia la derecha hace que una persona pierda el contacto con su humanidad y se interese más por su propio bienestar que por el de los demás. Se siente más que humana. El centro del continuo es una medida de vergüenza saludable, en la que la persona mantiene una conexión con su grandeza y con su humanidad.
En cualquier relación, cuanto más se desplaza una persona hacia la derecha del continuo, más se empuja a la otra persona hacia la izquierda. Al dar la impresión de tener más o ser más, se coacciona a la otra persona para que experimente su vergüenza; en cambio, cuando dos personas están en igualdad de condiciones, ambas se sitúan en el centro del continuo y la vergüenza se elimina efectivamente.
La grandeza es una fuerza poderosa y creativa. Este impulso abrumador que todos tenemos de «ser más», aunque embriagador, puede acarrear problemas cuando se convierte en grandiosidad. Como se muestra en el continuo vergüenza/grandiosidad, en cualquier estándar que valoremos, ya sea el atractivo o el estatus social, siempre habrá alguien que nos haga sentir inferiores. Las personas de alto estatus pueden establecer un listón y provocar nuestra propia respuesta de vergüenza. Llamemos a este fenómeno la ley de la grandiosidad.
La ley de la grandiosidad es la reacción basada en la vergüenza de una persona que se encuentra con alguien que percibe como de mayor estatus.
Esta ley dicta que podemos reaccionar de cinco maneras diferentes:
La vergüenza es la razón por la que las celebridades y otras figuras sociales de alto estatus nos afectan tanto. Las celebridades nos superan literalmente en altura en las vallas publicitarias y las pantallas de cine. Para muchas personas, es difícil ignorarlas, ya que se habla de ellas en todos los medios de comunicación. Se comercializan de tal manera que crean la ilusión de tener más, saber más y ser más. En nuestra jerarquía social, se supone que están en la cima.
Sin embargo, la ley de la grandiosidad y el continuo vergüenza/grandiosidad no se limitan a las celebridades. También se pueden aplicar a nuestros amigos y familiares que percibimos como de mayor estatus, es decir, a quienes creemos que tienen más recursos, capacidad, sabiduría o fuerza. Puede aplicarse a cualquier relación, ya sea romántica o de otro tipo, e indudablemente se aplica a la relación entre padres e hijos.
Por horrible que pueda parecer, la vergüenza no está ahí para hacernos daño. Nos ofrece un ciclo de retroalimentación que nos recuerda no solo cuándo nos excedemos, sino también cuándo no estamos a la altura. Tiene un propósito noble. Conocer nuestros límites nos permite movernos dentro de unos parámetros más manejables.
Por ejemplo, antes de poder tocar un instrumento musical, primero hay que aprender los acordes y la teoría, y luego hay que dedicar cientos de horas a la práctica, cometiendo muchos errores y aprendiendo de ellos. Hay que enfrentarse a los límites una y otra vez hasta alcanzar la meta. Cuando otra persona te supera en algo, la vergüenza te inspira a crecer y a alcanzar el nuevo nivel. Evita que uno se vuelva complaciente. En este contexto, la vergüenza es una herramienta útil.
La única forma en que la vergüenza es perjudicial es cuando es irremediable. No estar a la altura, pero tener la oportunidad de mejorar o cambiar, es una afirmación de la vida; en cambio, sentirse atrapado en un bucle sin fin por no ser lo suficientemente bueno es devastador. Hay una gran desesperación en sentir que nunca estarás a la altura. La esperanza de estar a la altura es lo que nos impulsa a crecer en la vida. Esa es la intención de la vida; como dos equipos de rugby, nuestra grandeza debe empujar contra nuestra vergüenza y mantener la presión, ganando cada vez más terreno, hasta alcanzar la meta, o aceptar y hacer las paces con nuestras limitaciones.
Además, encajar y estar en armonía con las personas de tu círculo social es muy gratificante. Es la esencia misma del ser humano. Al aceptar nuestra vergüenza, podemos vivir en un estado de igualdad y humanidad. Somos psicológicamente divinos y físicamente mortales. Somos dioses mortales. Todos estamos juntos en esto. Y solo podemos ser conscientes de ello a través de nuestra vergüenza.
La vergüenza tiene un lado oscuro. No siempre surge por una buena razón. Puede ser impuesta por personas que no son capaces de sentirla. También puede ser fabricada por aquellas personas que buscan mejorar su propio sentido de grandiosidad. Realmente no importa cuál sea el estándar, siempre que creas en él, te afectará.
Lo mismo ocurre a la inversa. Si menosprecias las debilidades de tus amigos, es posible que sientas una sensación de grandiosidad. Esto puede tener un efecto mortal. Si alguien crea una situación en la que te hace sentir inferior, activará tu vergüenza. Sin darte cuenta, te sumergirás en tu oscuro y aislado purgatorio psicológico, creyendo que necesitas hacer inventario y mejorar. Te hundirás por debajo del nivel de la humanidad y empezarás a sentirte menos que humano — te sentirás inferior.
Si una persona te avergüenza lo suficiente y lo refuerza continuamente en la relación, te quedarás ahí. Se convertirá en parte de tu identidad fundamental. El resultado es una vergüenza tóxica. Te reducirás para adaptarte. Bajarás la mirada, hablarás más bajo, te expresarás menos y dudarás más de ti mismo. Te volverás más cooperativo y complaciente. Vuestros respectivos lugares en los extremos opuestos del continuo se consolidarán y se alcanzará un equilibrio de poder injusto.
Eso es precisamente lo que espera el narcisista.