Comprender qué causa el trastorno narcisista de la personalidad es tan complejo como la mente humana. Sin embargo, podemos reducirlo a una herida emocional central, causada por una deficiencia fundamental: la vergüenza de no ser visto.
Algunos niños crecen en un entorno frío y grandioso, empujados incesantemente por un padre autoritario a ser mejores y a lograr más. El padre suele tener un trastorno de personalidad narcisista y está impulsado por una sed implacable de más: más estatus, más dinero, más atención y más reconocimiento, y obliga a su hijo a participar en esta doctrina.
Crecer en un entorno tan desvergonzado sofoca la autenticidad del niño y aumenta sus posibilidades de convertirse en narcisista. Pero la pregunta sigue siendo: ¿dónde se originó esta sed?
La vergüenza y el trauma: el núcleo y la causa del trastorno de personalidad narcisista
Una de las heridas más dolorosas e insidiosas que puede tener un niño es la de no ser visto.
Ser visto es ser valorado. Todos los niños anhelan el reconocimiento y la validación de la mirada amorosa de sus tutores. Es una necesidad crucial para regular la autoestima, así como para tener un sentido de seguridad y pertenencia.
Al ser visto y aceptado tal como es, el niño se siente validado y legitimado, y puede relajarse y disfrutar de la experiencia de la infancia. No hay necesidad de presumir ni de portarse mal, el niño se siente «lo suficientemente especial».
Sin embargo, los padres negligentes suelen estar demasiado distanciados, distraídos, deprimidos o emocionalmente inestables para ver al niño. Es posible que sus antepasados hayan vivido en tiempos de conflicto o guerra, en los que la supervivencia y la estabilidad eran prioridades más importantes que el bienestar emocional. El trauma intergeneracional puede afectar a una familia y transmitirse a través de patrones de comportamiento, sistemas de creencias, adicciones e incluso el ADN. Esto lleva a que la disfunción sistémica se convierta en algo tan habitual como el aire que respira una familia.
Las causas del trastorno narcisista de la personalidad son complejas, alimentadas por la vergüenza tóxica y el trauma debido al abandono y el abuso.
Si el niño expresa ira para protestar por esta dolorosa situación, suele ser contraatacado y obligado a reprimir su rabia.
Al no tener poder para ser visto, el niño acaba concluyendo que simplemente no vale la pena. Se tortura con un agonizante sentimiento de inferioridad, inutilidad y, por supuesto, vergüenza.
Al exigir atención con ira y sentirse conectado con los demás, el niño puede experimentar una sensación de control y poder. Si, por el contrario, se le niega su derecho a ser visto, llega a un punto en el que ya no puede tolerar la vergüenza.
La pérdida de control
Para el niño, las razones de los padres para maltratarlo y descuidarlo no significan nada. Un padre feliz y amoroso es bueno, y un padre emocionalmente insensible o enfadado es malo. El niño no tiene ninguna esperanza de comprender la disfunción de su situación.
Cuando un tutor descuida a un niño vulnerable, este se ve expuesto a una sensación de terror inminente ante el espectro del abandono. Cuando un tutor ataca al niño o abusa gravemente de sus límites, este experimenta un shock y, finalmente, se ve inundado por una vergüenza tóxica.
Ambas formas de abuso amenazan al niño con la aniquilación; una es la muerte por abandono, la otra es la muerte por ataque. En ambas situaciones, los cimientos del niño se derrumban a causa del terremoto psicológico.
Devastado y habiendo perdido todo control, lucha por recuperarlo, sin importar el costo. La solución del niño es disociarse de la realidad, adormecer sus emociones y refugiarse en la fantasía. Este mecanismo de defensa es la primera línea de defensa que tiene el niño para recuperar la sensación de control.
Al escapar a su mente, el niño puede conjurar una sensación imaginaria de conexión y poder.
Luchar por recuperar el control
Es la naturaleza del trauma que, incluso cuando la situación original ha desaparecido, el miedo generado por la amenaza permanece en el cuerpo. A menos que esta herida original se despresurice y se libere rápidamente, permanece en su lugar y la mente se construye a su alrededor.
Mientras tanto, el niño avanza hacia los retos de la vida, incluso cuando la paranoia infecta todas sus experiencias. Esto hace que sea mucho menos probable que confíe en los demás, ya que siempre mira a través del prisma del trauma. Añádase a eso una serie de experiencias vergonzosas, que se unen al trauma, y se obtiene la mezcla perfecta para una personalidad disociada.
Con el trauma y la vergüenza consumiéndoles, no tardan en darse cuenta de que la impotencia conduce al terror y que recuperar el poder, en cualquier forma, lo alivia.
A medida que crecen, se apresuran a desarrollar formas de controlar su entorno. Tienen su oportunidad durante la fase narcisista, en la que la imagen de sí mismos como superiores se cristaliza y se convierte en un yo falso grandioso, una construcción alejada de la realidad.
La solución narcisista
A medida que emerge la mente pensante del niño herido, se forma un nuevo «yo» imaginario sobre el traumatizado, que le aporta la capacidad de influir en su entorno y manipular su estado de ánimo.
El niño descubre que imaginar este yo emergente como poderoso compensa los sentimientos de vergüenza e inutilidad.
En efecto, el niño se escinde en dos, comprometiéndose por completo con su «niño bueno» y descartando al «niño malo» basado en la vergüenza. A continuación, refuerza el yo grandioso e ideal experimentando con el control de las personas que le rodean para demostrar su superioridad.
Puedes ver este yo «superior» en acción cuando el niño:
- Pide constantemente aprobación.
- Intimida a otros niños.
- Miente compulsivamente y crea historias ficticias.
- Desvía las preguntas de los adultos para evitar rendir cuentas.
- Intenta superar gradualmente los límites comportándose mal de forma encubierta.
En cada caso, el niño está actuando según su yo «todopoderoso» imaginario.
Ante la vergüenza, suele producirse una integración limitada del yo auténtico en el ego, ya que experimentarlo es demasiado doloroso. Al vivir a través de su nuevo y brillante yo falso, el niño pierde el contacto con su culpa, su empatía y su vergüenza. Su mundo se convierte en una abstracción, una proyección de su imaginación.
Adiós, mundo cruel
Cuanto peor es el trauma, más convincente y absoluto debe ser este yo falso. El niño puede practicar el distanciamiento con los miembros de su familia, con la esperanza de pasar desapercibido. También descubre que su inocencia desarma a los adultos, por lo que puede exagerarla mostrándose encantador y obediente.
Integra estos comportamientos en su personalidad y los utiliza como herramientas para distraerse a sí mismo y a los demás de su yo traumatizado y basado en la vergüenza.
Sin embargo, el precio que pagan por esta solución es inmenso. Para encontrar la cordura, venden su alma.
El niño renuncia a su necesidad de seguridad y amor, y en su lugar dirige su energía a mantener su grandioso yo falso. El yo auténtico permanece enterrado y es sustituido por una pálida imitación, un conjunto de comportamientos que conforman una personalidad destinada a obtener cooperación mediante el engaño, la manipulación y el control.
En lugar de una conexión genuina, el niño entra en el mundo del poder, un reino donde ellos mueven los hilos. Esta pseudorealidad existe en su propia burbuja, y necesita que los demás se involucren y la alimenten para mantenerse viva.
El yo falso inquebrantable
Aunque al principio los niños tienen un pensamiento mágico, normalmente tienen la oportunidad de poner a prueba sus fantasías contra la realidad y moderar sus delirios.
Para el niño traumatizado, la realidad es aterradora y dolorosa. Las fantasías grandiosas son todo lo que tienen para adormecer su trauma. Con el tiempo, a medida que el niño se convierte en adulto, se desarrolla un yo falso convincente y fuertemente estructurado.
Con una mente densa y rígida, no hay espacio para que el yo auténtico se exprese, lo que priva al niño de las experiencias necesarias para crecer y madurar de verdad. Despegar las capas de este yo falso somete al niño a un torrente de dolorosos recuerdos emocionales.
Cuanto más convincente es el yo falso de alguien, más difícil resulta desafiarlo. Las personas no pueden ver que, bajo la fachada del niño traumatizado, hay alguien siempre alerta, siempre a la defensiva, incapaz de establecer una base para relaciones auténticas y mutuamente beneficiosas.
Lo que perpetúa este yo falso inquebrantable y lo mantiene funcionando hasta bien entrada la edad adulta es lo siguiente:
- Existe más allá del ámbito de conciencia del niño, y
- Mantiene la cordura del niño, junto con su salud psicológica.
El yo falso es una parte integral del niño, y por muy inteligente e ingenioso que llegue a ser, el núcleo permanece intacto. Desafiar este yo falso es provocar la máscara del niño, que para él es lo que le permitió sobrevivir a la tristeza, el abandono y el terror de la infancia.
La importancia de la intimidad
Ser íntimo con alguien es ser visto verdaderamente por esa persona. No solo está presente contigo, sino que tiene el corazón abierto. Te sientes seguro expresándole tus pensamientos, emociones y dudas. La otra persona íntima te mira con amor y se deleita no solo con quien eres, sino también con el hecho de que simplemente eres.
Este tipo de resonancia emocional genera confianza y poder en un niño. Cuanta más intimidad recibes, más seguro se siente tu yo auténtico para expandirse.
En resumen, la intimidad es la ausencia del ego.
Mientras que el ego es una construcción mental diseñada para filtrar las experiencias y emociones de una persona, la intimidad es el abandono de esta capa protectora. Este acto de fe permite a los seres humanos conectar de forma auténtica, lo que crea una sensación de bienestar, seguridad y compasión.
En un estado de conexión genuina, una persona también es más propensa a adherirse a las normas morales, porque la intimidad significa funcionar dentro del ámbito de nuestras emociones, lo que incluye la vergüenza y la empatía.
Para mantener la conexión, se nos desafía a considerar los sentimientos de la otra persona. Este espacio mutuo es beneficioso para todas las partes, y es en el mejor interés de todos manejar los sentimientos de los demás con cuidado.
Además, es la promesa de intimidad lo que nos hace querernos unos a otros. Una vez que nuestras necesidades básicas están cubiertas y nos sentimos seguros en nuestro entorno, comenzamos a anhelar una conexión humana más profunda.
Cuando muere la confianza
En el peor de los casos, el niño es abusado o descuidado perpetuamente sin que se le ofrezca intimidad. Buscaban el amor de su tutor y se sentían decepcionados una y otra vez, lo que les dejaba con una ardiente sensación de insuficiencia. Otras veces, su comportamiento provocaba la ira de su tutor y el trauma resultante se volvía insoportable.
Es precisamente durante estos momentos de vergüenza y terror cuando el niño busca en su interior al «niño bueno» para que le proporcione consuelo y escape. Este niño bueno es su yo falso y grandioso, que crea la ilusión de que no solo es «bueno», sino mejor, más fuerte, más inteligente y más capaz de ser visto que cualquier otra persona. Llega a la conclusión de que no puede confiar en nadie para satisfacer sus necesidades y decide no volver a bajar la guardia nunca más.
El niño deja atrás su mundo emocional y se conecta con una construcción de su imaginación. Al hacerlo, deja de ser humano. Es decir, se niega a ser «normal» y deja de sentir lo que siente una persona promedio, lo que le permite liberarse de la «esclavitud» de la humanidad. Renuncia a la búsqueda de la verdadera intimidad y deja de confiar en que esta llegará a ti.
El inicio del trastorno de personalidad narcisista
Mientras que el niño traumatizado obtiene una sensación de poder y alivio del dolor en su yo falso, también renuncia al sustento de su yo auténtico.
Sin el alimento interno del amor, la sabiduría y la humanidad, el niño traumatizado se ve acosado por un inquietante vacío. Para mantener su yo falso, necesita alimentarlo externamente.
El niño observa a sus tutores y a otros adultos, y toma nota de cómo esas personas obtienen la obediencia. La grandiosidad, la agresividad, el engaño, el encanto y la desvergüenza se convierten en las formas de relacionarse del niño.
Utilizando estas herramientas, ponen a prueba su entorno, buscando los puntos débiles de los demás y las oportunidades para manipular y controlar. Para sobrevivir y prosperar, necesitan un suministro constante de atención y energía para su yo falso. No hay descanso en el ser del niño herido. La atención, el control y los juegos mentales son todo lo que tienen.
Las personas también parecen responder positivamente a la desvergüenza del niño, impresionadas por su aparente confianza y autocontrol. Sin las emociones negativas de su yo auténtico, el niño herido adquiere una apariencia limpia y piadosa.
El niño descubre que puede establecer un contacto visual intenso, su postura mejora y intimida más fácilmente. Utilizan todo su ingenio y astucia, buscando formas de manipular su entorno para obtener poder. Disfrutan de la sensación de control resultante, fantaseando sobre hasta dónde pueden llegar. Con el tiempo, el suministro narcisista se convierte en su droga preferida y nace el narcisista.