El síndrome de Estocolmo es un fenómeno fascinante. Si tu vida está en manos de tu captor violento y reconoces su poder para infligirte un sufrimiento indescriptible, el terror te devorará vivo. Te volverás loco. Por suerte, el cerebro tiene un mecanismo de defensa. Te inunda de emociones positivas y te hace apegarte a tu secuestrador, para que lo utilices para persuadirlo de que no te haga daño. Al transformarte en un aliado, en lo contrario de una amenaza, recuperas la sensación de poder en una situación de indefensión.
Exactamente lo mismo le ocurre a un niño con un padre maltratador. Incluso en una familia cariñosa, el niño entiende de forma subliminal que su vida está en manos de sus padres. Las posibilidades de supervivencia del niño aumentan si es sumiso, cooperativo y cariñoso. Para colmo, el niño idealiza al padre y se convence a sí mismo de que el padre no...