Después de que pasa la euforia inicial del momento de «iluminación», cuando has despertado a la verdad y has creado distancia con el narcisista, puede que te invada una pesadez que amenaza con arrastrarte a un abismo aterrador.
El dolor es un tónico de sanación que restaura el yo a un punto de equilibrio, despejando el camino para que surja alguien nuevo dentro de ti. Es una parte necesaria para recuperarse del abuso narcisista.
La muerte antes del renacimiento
Mientras estabas en una relación narcisista, te identificabas con una construcción grandiosa, es decir, el yo falso del narcisista. El narcisista te presentaba una persona segura, a prueba de balas, que tenía todas las respuestas y que podía conspirar contigo para crear un futuro fantástico. El amor perfecto. El éxito. La familia. Todo lo que te atrevías a soñar.
El narcisista también sabía cuál era la forma «correcta» de vivir. Juzgaba cada uno de tus movimientos, te sugería lo que debías hacer más y lo que debías dejar de hacer. Cuestionaba todo lo que no le gustaba de ti. Incluso a tus amigos y familiares.
Te apegaste a la persona omnisciente y segura de sí misma del narcisista. Mientras tanto, la identidad que traías a la relación fue desmantelada hilo a hilo. Fuiste reprogramado según la grandiosa visión del narcisista de cómo debería ser la vida y, sobre todo, cómo deberías ser tú.
Esta identidad que el narcisista construyó en tu mente, cuerpo y alma, con la intención de servir al culto al yo del narcisista, ahora se está desmoronando. Debido a que fue creada con un propósito muy específico y único, toda su razón de ser, es decir, el narcisista, ahora ha desaparecido.
Tu ego obtenía seguridad, confianza, propósito y esperanza del yo falso del narcisista, y quiere recuperar todas esas cosas. Al ego no le importa de dónde obtienes tu identidad, solo insiste en que debes tener una. No se da cuenta de que puedes reconstruirte de una manera más independiente, realizada y empoderada.
Esa es la esencia del despertar a tu poder personal. Ser consciente de lo que ha pasado y permitir que tu antigua identidad muera es una fase terriblemente dolorosa, pero necesaria, en el camino hacia la recuperación.
El proceso de duelo
Antes de poder reconstruirte, debes pasar por el duelo. Lo ideal es que dirijas tu atención hacia la pesadez, para expandir tu conciencia y aceptar la depresión en toda su ferocidad.
Dedica tiempo cada día a dirigir tu atención hacia cualquier sensación de pesadez todo el tiempo que puedas soportar. Observa su intensidad. ¿En qué parte del cuerpo se manifiesta? ¿En el pecho? ¿En la garganta o en la cara? ¿Qué es lo que anhela? ¿Qué recuerdos te trae? ¿Puedes sentir la necesidad, la desesperación de tu situación? Por encima de todo, ¿puedes sentir el horror de mirar a la muerte a la cara? Déjalo fluir.
Deja que tu rostro se hunda, que tus hombros se relajen, déjate estar tan triste y deprimido como sea necesario. Será insoportable, pero es el camino. El único camino. No lo pienses ni lo analices, simplemente obsérvalo y deja que suceda. Justo cuando creas que nunca va a terminar, comenzará a transformarse.
Pero eso puede tardar días, semanas o meses. Por ahora, simplemente dedica un tiempo cada día a esta práctica. Cuando te sientas abrumado, y seguro que lo estarás al principio, levántate y haz algo que te relaje y te alegre. Date un baño, pasa tiempo con un buen amigo, ve tu programa de televisión favorito, da un paseo, haz ejercicio. Cuando te sientas lo suficientemente lleno, vuelve a la pesadez y quédate ahí, es decir, sé consciente de ella.
Esto suena como un consejo elemental, pero el ego tiene una forma de engañarnos para que evitemos nuestro dolor. Recuerda ahora el simple acto de estar presente para tu yo. Recuérdatelo todos los días. No importa cuánto te duela, permanece presente. Date el tiempo, el espacio y la gracia para simplemente llorar. Puedes estar seguro de que cuando el trabajo esté hecho, el sol volverá a brillar y la oscuridad retrocederá a las profundidades de tu ser.
Entonces podrá comenzar tu crecimiento espiritual.