El trauma tiene una profundidad, una fuerza y una percepción de mortalidad similares a las de una tormenta oceánica. Olas de emociones de varios niveles pueden sacudirte y desviarte de tu rumbo. En casos extremos, pueden «hundir tu barco» temporalmente.
Un simple desencadenante puede activar esta tormenta, dejándote inundado y abrumado. Por suerte, las tormentas traumáticas no nos matan. Sin embargo, pueden «sacarnos del juego», provocando que nos disociemos, nos adormecemos o actuemos de forma descontrolada, antes de despertar en la orilla de nuestra conciencia, vomitando y con náuseas.
Al igual que cuando nos hundimos en el fondo del océano, con el trauma tenemos la sensación de ahogarnos en lo más profundo de nuestra alma, de estar desorientados y envueltos en la oscuridad. Es como si te perdieras temporalmente.
Si es cierto que te pierdes, ¿dónde vas durante ese tiempo? ¿Y hay alguna forma de «aferrarte a ti mismo» durante la tormenta? La respuesta es un rotu...